sábado, 14 de febrero de 2009

El Sueño es Vida


El jueves pasado tuve la ocasión con el cole de ver La vida es sueño en el Teatro Principal (hasta el día 22). La más que correcta representación despertó aplausos sinceros entre el público juvenil, que venía a ser la mitad de la butaca, tal vez por que el elenco también había participado en series de TV y les resultaba conocido. Al día siguiente, una alumna comentaba que era la primera vez que algún compañero pisaba el teatro. Le contesté que a lo peor era la última, dado a las aficiones del pueblo. Esto último se me confirmaba almorzando con un amigo, con el que comentaba la función, que reconocía no haber pisado un teatro más que por casualidad.

Respecto a la función, y sin pretender dármelas de crítico, querría decir algunas impresiones. En primer lugar, las otrora leyes de las tres unidades del teatro (de acción, de tiempo y de espacio) que trajeron dolores de cabeza a tantos creadores y público no son tan importantes hoy. A nadie asombra ya que se cuenten varias historias simultáneas en distintas épocas y lugares. Lo que era un sacrilegio para el teatro clásico hoy en día es cosa baladí. Lo que sí debe seguir asombrando es que el decorado perjudique a la representación, sonora o espacialmente, o no se oiga bien a los actores, por culpa de su posición. Dar la espalda al público es una prohibición tácita que sólo se rompe si lo exige la representación, y esto ocurría con demasiada frecuencia en la producción de Pérez de la Fuente, perjudicando la acústica de los diálogos.

Por otro lado, la modernización de los clásicos suele traernos puestas en escena aparentemente atrevidas y rompedoras. Lo penoso es que gran parte de estas puestas en escena pretenden asumir la importancia de la función, cuando lo que debiera importar es el texto. Esto, afortunadamente, no ocurrió. No sé si por falta de presupuesto o por respeto a Calderón (de la Barca, no el expresidente del Madrí). Pero el resultado, salvo pequeños abusos de histrionismo que escapan a la comprensión del público, es digno de un clásico del Siglo de Oro. Podríamos extrañarnos por la presencia de metralletas y la ausencia de cadenas en el calabozo de Segismundo. Pero pase. Podríamos lamentarnos por una recitación que hace hincapié en la rima, poniendo pausas donde no toca, dificultando la comprensión del texto. Porque la rima está ahí queramos o no queramos, a veces puesta con mala idea o porque no había más remedio que ponerla, y a veces porque consigue un efecto maravilloso en el mensaje. En este sentido se podía haber pulido la dicción monótona de algún que otro actor, vencido por la asonancia y la consonancia. Pero pase. Es una obra que hay que ver donde el esfuerzo de la compañía debe ser premiado con palmas palmitas. Porque lo merecen.

Y porque La vida es sueño y los sueños, sueños son (o cine para Aute) el gran teatro del mundo nos sigue ofreciendo una confusión entre realidad y ficción. Nos quieren hacer creer que un ministro y un juez cazando en una partida organizada por un militante del PP es algo inmoral, mientras asesinar animales por diversión es ético. Pretenden que una mano negra ha creado una cortina de humo para tapar la crisis económica como si esta crisis se pudiera ocultar con cortinas. Y que esa cortina está hecha de tramas de corrupción y espionaje que se ciernen como buitres sobre Génova (la del PP, no la de Colón). Tal vez quienes piensan que todo esto es una conspiración deberían rebuscar entre sus facturas, no sea que se lleven una sorpresa y acaben declarando ante un tribunal como imputados, por muy aforados que sean. Es sorprendente que quienes reclaman transparencia de los demás y se definen como transparentes se hayan vuelto tan opacos de repente. Nuestro Paco Camps, además, ha perdido su gracia dicharachera y calla ante medios de información y oposición. Y qué recortes, qué regates cuando ve un micrófono o una cámara para echar balones fuera. A este paso lo fichan en el Valencia.

Quisiera dedicarles a todos estos vengadores de la moral que pueblan nuestro hábitat el final de la obra de Calderón, ya que gustan tanto de lanzar piedras al prójimo creyéndose inmaculados. O al menos eso nos hacen creer. ¡Qué buenos actores en ambos casos! El problema es que lo que está en entredicho es su credibilidad. Que sepan
[...]
que toda la dicha humana,
en fin, pasa como sueño,
y quiero hoy aprovecharla
el tiempo que me durare,
pidiendo de nuestras faltas
perdón, pues de pechos nobles
es tan propio el perdonarlas.



No hay comentarios: